R. Pérez Barredo / Burgos - miércoles, 24 de octubre de 2012
Un redactor de Diario de Burgos se convierte durante unas horas en un sintecho • Constata la indiferencia con la que la sociedad ha aceptado que haya gente de cualquier edad pidiendo ayuda
Me llamo Pedro y soy invisible. Y se me hace extraño, porque hace sólo una hora, en este mismo lugar, he cruzado la mirada con varias personas e incluso alguna ha esbozado una sonrisa o amagado un saludo; entonces me llamaba Rodrigo, acababa de dejar al niño en el cole y me dirigía al coche para cambiar de vida durante unas horas, para convertirme en una de esas personas sin hogar que vemos a diario deambular por las calles.
¿Pero las vemos realmente? Yo diría que no. Les juro que durante un buen rato del día he sido invisible, si acaso un bulto, una presencia, una sombra que apenas se distingue y de la que no queda rastro ni recuerdo alguno. Y pueden estar ustedes seguros de una cosa: esa indiferencia es más dañina que dolorosa. Intuyo que tan terrible realidad en las carnes del arriba firmante desembocaría en una metástasis hambrienta y devoradora que daría rápidamente con mi muerte.
Me siento violento. Tratándose de un privilegiado, fingir esta situación tiene un punto sacrílego, como si estuviese violando con mi suplantación una intimidad mucho más digna que cualquier otra por los componentes tan dolorosos que atesora una vida así, una existencia en la calle, tan llena de nada. Tan despiadada y salvaje.
OS ANIMAMOS A QUE LEÁIS LA NOTICIA Y SAQUÉIS CONCLUSIONES. MERECE LA PENA.
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